Tu cuerpo es ese lugar que representa todo aquello que guardas dentro.
Una coraza con corazón y sentimientos dentro.
Una armadura fuerte o no.
Dura o no.
Delgada o no.
Bella o no, dependiendo de los ojos.
Pero tuya, al fin y al cabo.
Deberíamos aprender de una vez que la tuya y la mía no son iguales.
Que tampoco tienen por qué serlo.
Aprender que no hay ninguna necesidad de moldear nuestros cuerpos con el mismo molde.
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Que existen miles de millones de cuerpos y que todos son desiguales.
Las inseguridades siempre llegan a nuestro interior por un antecedente.
Una opinión negativa hacia nosotros.
Una persona dañina.
Una mala foto.
Deberíamos aprender que nuestra opinión gana por goleada a la del resto.
Que dentro se guarda todo lo realmente bonito.
Que es más importante florecer por dentro que hacerlo por fuera.
A no alarmarnos cuando una oveja abandona el rebaño.
A ver más allá.
Tu cuerpo era perfecto hasta que alguien decidió que no lo fuese.
Y qué pena que en la mayoría de los casos ese alguien no seas tú mismo, sino alguien con un complejo mayor al que está intentando crearte.
Y qué pena.
No tú, sino él.
Porque lo único que intenta es justificar su estructura con la tuya.
Como si hubiese que justificar algo.
Como si un cuerpo fuese mejor o peor.
Un cuerpo nunca está bien y nunca está mal.
Simplemente está.
Así que siempre que alguien intente transformar, retocar o modificar tu armadura sin tú haberlo pedido antes, recuerda lo bonita que era antes de esas palabras.
Susúrratelo al oído, aunque nadie lo haga.
La solución no está en la aceptación de los demás.
Está en la opinión que vive dentro de tu coraza.
Esa que merece todas tus palabras bonitas.
Porque casi siempre solemos echar flores a quien tenemos enfrente.
Ojalá hacerlo más con quien tenemos dentro.
Porque nos merecemos todas las del mundo.
Fotografía: Pinterest
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