El día que empecé a escribirte me encontraba a 200km de casa.
Con una maleta en la mano.
Esperando un coche que me recogiera para ir a despedirme de ti.
Empecé a escribirte para que me escucharas por última vez antes de irte.
Ese día no conseguí encontrar la fuerza suficiente para leértelo.
Son tan frágiles los segundos que hacen que estés en un lugar y no en otro.
Que seas tú y no el de al lado.
Ese día no estuve en el lugar en el que tenía que estar.
Lejos de mi familia en momentos difíciles.
Lejos de ti.
Y cuánto lo siento.
Todavía me recuerdan las veces que papá te decía que aún no.
Que tenías que esperar “a que llegara Manuel”. Que aún no te podías ir.
Pero no pude llegar a tiempo.
Y lo siento.
En estos días en los que hay gente que no puede despedirse de sus seres queridos recuerdo que yo tampoco pude hacerlo de ti.
Recuerdo la última vez que te tuve cerca.
Ese día ayudé a la abuela a ponerte guapo para ir al hospital y te subí a ese coche.
Sin pensar que ya no.
Me quedé consolándola, diciéndole que no era nada.
Que volverías.
Pero tú nunca te fuiste.
Y ella no ha vuelto a ser la misma sin ti.
Llevaba viviendo la vida contigo desde que era pensamiento y no persona.
Desde que no era nada hasta serlo todo para ti.
Acompañándome, haciéndome reír y escuchándome.
Te fuiste escuchando mis preocupaciones y mis dudas.
Ojalá poder contarte que conseguí ir a la universidad.
Sigo sintiéndote cerca.
Me has enseñado muchas cosas, aunque creas que no.
Me hiciste conocer lo que es la ausencia.
Una farola que no se apaga nunca.
Sea de día o sea de noche.
Una espinita clavada en el corazón por todo aquello que nunca dijimos.
Un recuerdo que ya no volverá.
Y ese es el lado bueno de los malos tiempos.
Que nos enseña a valorar más lo que tenemos cerca.
Así que así te conocí y así te fuiste.
Enseñando.
Sigue cogiéndome de la mano desde el cielo de aquel quiensabequé.
Yo te prometo que la próxima vez llegaré a tiempo.
En la memoria nadie muere.
Y yo te recordaré siempre, abu.
Fotografía: Eme García
Comments